Morir para creer.

Me dijo que iba a morir. Fue tajante en ese punto. No era la primera vez que escuchaba eso. No me refiero en general, sino a corto plazo, en un rato o menos. El tiempo es algo tan relativo cuando se refiere a una vida entera, que nunca hice demasiado caso de

advertencias tan vagas. Al fin y al cabo, un día u otro todos moriremos. Ese hombre no estaba descifrando ningún complicado jeroglífico. Sin embargo, en esta ocasión, arrodillado junto a un agujero recién cavado, con las manos atadas a la espalda y la pistola automática más grande que había visto jamás apuntándome a la cabeza, cerré los ojos y me lo creí.